lunes, 25 de marzo de 2013

La crisis y los préstamos



Las crisis económicas inician por manejos inadecuados de las finanzas, debido a la falta de prevención y políticas erróneas. En tiempos de crisis, los préstamos son ineludibles si no existe otro camino para seguir adelante; sin embargo, pedir prestado cuando en realidad no lo necesitamos solo agrava el problema. Lo mismo sucede con la lengua española.

El español es la segunda lengua más hablada en el mundo (495 millones de personas), también ocupa el segundo lugar como idioma de comunicación internacional y en Internet estamos en tercer lugar después del chino y el inglés. A través del tiempo, nuestra lengua se ha ido enriqueciendo con préstamos lingüísticos, adopciones y adecuaciones de otros idiomas, que por razones justificadas son aceptadas; a estás las denominamos neologismos. Encontramos otras palabras que no califican como neologismos, porque existe su equivalente en español y que al usarlos cometemos un barbarismo.

Los barbarismos son “préstamos” innecesarios que aceptamos de otras lenguas, y que a la larga llegan a corromper al español, ya que su constante uso nos hace pagar un interés muy alto: el empobrecimiento del idioma.

Los barbarismos más usados, tanto hablados como escritos son:
“Mail” por correo electrónico.
 “Ticket” por comprobante de compra.
“Show” por espectáculo.
“Voucher” por recibo o pagaré.
 “Car wash” por lavado de autos.
“Web” por Red.
“Mouse” por ratón.
“USA” (United States of America) por EUA, EE. UU. (Estados Unidos de América)
“Tablet” por tableta.
“Smartphone” por teléfono inteligente
“On line” por en línea
“Like” (en Facebook) por Me gusta.

En las redes sociales proliferan los barbarismos, en los medios de comunicación electrónicos (radio y TV) se vuelven comunes y algunos medios impresos ceden por la costumbre. Lo recomendables es evitar el uso de estas palabras, pues para qué pedir prestado cuando nuestro vocabulario es tan rico.

Twitter: @gerardocejag

lunes, 18 de marzo de 2013

En palabras chiquitas



Se dice que en México se acostumbra hablar con diminutivos. A nuestras conversaciones le damos ese matiz que nos identifica: “Tomémonos un agüita fresca”; “¿Qué tal unos taquitos para abrir brecha”?; “Una hamburguesa doble, con poquita cebolla, salsita, queso y un refresquito light”; “Está fuertecito el calor, ¿verdad?”; “Hoy sí que hace friito (o friyito)”. Y es que desde niños nos vamos acostumbrando a hablar “chiquito”: “Sécate las manitas”; “Traes tu carita muy sucia”; “Tómate tu lechita (o chocomilito)”; “Te lavo una manzanita”.

A ciencia cierta desconocemos la razón por la cual usamos muchos los diminutivos. Pero al hablar así le damos un tono amable a nuestras conversaciones, hacemos sentir confianza a nuestro interlocutor y aligeramos cualquier contratiempo: “Ese domicilio está cerquita”; “La gasolinera está algo lejitos, pero a buen paso llegará rapidito”; “Se te ve un poquito apretado, pero nada de que preocuparse”. Sin duda, también los adjetivos son mejor aceptados cuando los expresamos en diminutivo: gordito, flaquito, peloncito, greñudito, fachosito, canosito.

Por supuesto que descartamos el uso de diminutivos cuando la ocasión amerita formalidad o si con quien hablamos no es de nuestro agrado. Si el futuro yerno está de visita, lo más seguro es que se le pregunte: “¿Quieres un café o una cerveza? De esta forma, el fulano reconocerá que se le ofrece algo únicamente por mero formulismo y que su presencia no es aceptada; todo cambia si lo expresamos así: “¿Quieres un cafecito o una cervecita?”, entonces el individuo se sentirá ya parte de la familia.

Sin embargo, existe un grupo de palabras que por ser invariables no podemos “hacer chiquitas”: me refiero a los adverbios. El adverbio modifica al verbo, al adjetivo y a otro adverbio; no tiene género, número ni persona y siempre se escribe igual, por ende tampoco acepta diminutivos o superlativos. Es frecuente oír a locutores de radio y televisión que dice: “Ahorita regresamos”; “Llegamos tempranito”; “La fecha del carnaval está cerquita”; “No nos tardamos nadita”; “Hoy nuestro amigo llegó tardecito”; “El avión llegará prontito”. En el habla coloquial es natural escuchar esas frases, sin embargo en los medios de comunicación resultan inaceptables, porque se supone que deben de promover el buen español. Los comunicadores están obligados a conocer el uso correcto de la lengua porque son divulgadores y responsables, en cierta medida, de cómo la población se expresa.

Twitter: @gerardocejag

lunes, 11 de marzo de 2013

Las palabras y la Suprema Corte



Sin duda que la determinación de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, provocó sorpresa al decir que las palabras “puñal” y “maricón” son discriminatorias, pues ya que hablar sobre cuestiones semánticas no es precisamente el área de trabajo de un especialista en Derecho.

El miércoles 6 de marzo, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que las palabras “puñal” y “maricón”, usadas en un artículo periodístico, fueron discriminatorias. Esto a raíz de una demanda entre comunicadores del estado de Puebla, quienes utilizaron ese lenguaje para criticar su labor profesional. La SCJN consideró que dichas expresiones caen en la categoría de discursos de odio que provocan o fomentan el rechazo hacia un grupo social, en este caso a los homosexuales, porque se usan como calificativos negativos y burla hacia ellos.

Las palabras son signos lingüísticos que poseen una expresión fónica o gráfica y un contenido semántico, es decir, de significante y significado. Una misma palabra adquiere varios significados por razones dialectales. Así pues, el término “puñal” originalmente define a un arma blanca de diez centímetros de largo, que cabe en un puño, y en México pasó a ser un eufemismo de “puto” que es un acotamiento de prostituto. Maricón deriva de Marica, que es un diminutivo de María, nombre muy común en la península ibérica y después en nuestro país. Ambas palabra son vulgarismo y precisamente se usan para referirse a un varón afeminado u homosexual.

El uso de vulgarismos es común entre la población que utiliza, además, palabras como negro, indio, gata (sirvienta), oaxaco para denigrar, porque son calificativos que reducen a las personas a una condición de inferioridad. Por desgracia, los medios de comunicación (como la televisión) estimulan y refuerzan esta acción a través de conductores y comediantes mediocres quienes promueven la pobreza del lenguaje en programas con ínfimo grado de inteligencia, exaltando la burla y menosprecio a ciertos grupos o sectores sociales.

La determinación de la SCJN tiene solo efecto en los medios de comunicación, que los obliga al correcto uso y manejo del lenguaje, debiendo evitar los términos que promueven la intolerancia y generan un sentimiento hostil en contra de seres humanos que merecen el mismo respeto.

Twitter: @gerardocejag
http://cuestiondeestilobcs.blogspot.mx/

lunes, 4 de marzo de 2013

El tiempo y las frases

La "Ramona", en el pueblo minero de El Triunfo, en La Paz, Baja California Sur. (Cortesía de Brenda Covarrubias)

En nuestro idioma, existe una gran variedad de dichos, refranes y frases que con el paso del tiempo se vuelven obsoletas u oscuras, y aunque a veces las usamos, en muchas ocasiones desconocemos el sentido de dichas palabras. El tiempo y los avances tecnológicos son las principales causas que marcan la “fecha de caducidad”.

Recuerdo la frase: “Fumar como chacuaco”, que hace alusión a la persona que fuma en exceso. El chacuaco, de acuerdo con el “Diccionario breve de mexicanismos”, de la Academia Mexicana de la Lengua, es una ventanilla en el techo de la cocina para que escape el humo, proviene del tarasco “chakuákua”. También se refiere a un horno para fundir metales y a la chimenea de ése. En La Paz podemos adaptar el dicho a nuestro entorno y decir: “Fumas como la Ramona”, refiriéndonos a la famosa chimenea ubicada en antiguo pueblo minera de El Triunfo, cuya construcción se le atribuye a Gustav Eiffel.

Un dicho muy socorrido en mis tiempos, y que fue retomado por un restaurante de comida rápida para su publicidad, era “Me cayó el veinte”. Se expresaba cuando, después de un tiempo, por fin entendíamos la explicación de algo o el desenlace de alguna circunstancia. La referencia eran los antiguos teléfonos públicos, a los que se les insertaba una moneda de veinte centavos (con la imagen de Francisco I. Madero), y que caía a la alcancía cuando nos contestaban del otro lado.

Para hablar de muertos, los tradicionales eran: “Chupar faros” y “se petateó”. Los Faros eran (¿o son?) una marca de cigarros muy baratos y de pésima calidad, que su consumo era sinónimo de muerte. El petate era “la caja de muerto” de los pobres, de ahí origen.

Si no sabíamos dónde estaba alguien, la respuesta a una pregunta o el domicilio de fulano, el clásico era: “Sepa la bola”, un equivalente a “no tengo ni idea”. Se le denominaba la “bola” a los huarachudos que lucharon en la revolución de 1910. Mucha gente estaba ahí sin saber exactamente por qué peleaban, y cuando algún periodista preguntaba la razón de su lucha, ellos respondían con esa frase.

La tecnología ha dejado fuera de circulación a frases como: “Parece disco rayado”; “Se me borró el casete” o “Está bien tocadiscos”.

“Cuéntame una de vaqueros”, dejó de tener vigencia desde que los hombre a caballo fueron sustituidos por expertos en artes marciales o superhéroes enfundados en mallas y usando ropa interior por fuera.

No podemos dejar de mencionar al “coco”, al “ropavejero” y al “robachicos”, tradicionales personajes de nuestra infancia, muy usados por los padres para asustarnos y obligarnos a dormir o hacer alguna tarea. Una tonada clásica fue: “Duérmete niño, duérmete ya, si no viene el coco y te comerá”.

Las nuevas generaciones van creando sus frases, de acuerdo a su tiempo, y como ahora algún día también pasarán al baúl de los recuerdos.

Twitter: @gerardocejag