lunes, 26 de agosto de 2013

El valor de la palabra


Las palabras son la mínima unidad del lenguaje con sentido, las cuales al juntarlas con otras se crean frases, sintagmas y oraciones hasta formar un texto amplio y complejo. El valor semántico de una palabra lo determina el contexto en el que se incorpora. Sin embargo, más allá de la lingüística las palabras también adquieren “honorabilidad”.

Hace mucho tiempo bastaba decir “te doy mi palabra” para confiar plenamente en que el acuerdo pactado se cumpliría, no se necesitaba de firmas en papeles. La “palabra de honor” solo la usaban las personas íntegras, independientemente de la condición socioeconómica, y que la violación de ella significaba la deshonra y perder uno de los valores más preciado del ser humano: la confianza. El honor se forja con la confianza y honestidad, y estos dos valores se construyen con acciones y actos, no con palabras.

La decadencia moral le ha restado fuerza a “tienes mi palabra de honor”, porque nos hemos vuelto una sociedad de cínicos y aprovechados. La confianza que se generaba al “empeñar la palabra” se fue perdiendo poco a poco y hoy ya casi no tiene sentido entre la humanidad.

Los políticos son los seres humanos que más le han restado valor a la palabra. Suelen aprovecharse de la confianza o necesidad de las personas para prometer cosas que luego no cumplirán: “Se aplicará todo el rigor de la ley”, “Habrá justicia para todos”, “No dejaremos impune este caso”, “El aumento al trasporte mejorará el servicio”, “No nos volverán a saquear”.

Cuando las acciones contradicen a lo dicho, se pierde la confianza la cual resulta muy difícil de recuperar. La honestidad en muchos políticos queda supeditada a los intereses de los poderosos y prefieren agacharse para no perder sus efímeros privilegios. Muchos de ellos se apegan a la máxima “cuánto tienes, cuánto vales”.

Bien dice la voz popular: “La política es el arte de comer excremento sin hacer gestos”.

Twitter: @gerardocejag
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lunes, 19 de agosto de 2013

La imagen de la ortografía


La Secretaría de Educación Pública federal (SEP) había anunciado que en los libros de texto gratuito del ciclo escolar que comenzó esta semana, se encontraron varios errores ortográficos que ya no se pudieron corregir. Entonces firmó un convenio con la Academia Mexicana de la Lengua para que sea esta institución la que revise, corrija y sugiera lo necesario en las ediciones futuras.

Al escribir, ninguna persona está exenta de cometer errores, al fin que somos humanos. Desde que se inventó la escritura, las faltas ortográficas e imprecisiones van ligadas con ella. En un artículo publicado por la correctora de estilo Ana Lilia Arias, nos habla sobre este tipo de equívocos a través del tiempo. Uno de ellos es sobre la publicación de un libro que fue recibido en la imprenta con el título “El arca de David” y creyéndose que era un error se cambió “David” por “Noé”. Después de publicado, el autor dijo que la falla estaba en la palabra “arca”, así que lo correcto debió ser “El arpa de David”.

También cuenta Ana Lilia Arias que en 1798 en la edición de “Telémaco”, en la primera página apareció “Pelénope” en lugar de “Penélope”.

La Iglesia católica no se escapa de esta situación, pues relata la correctora que «el papa Sixto V ordenó imprimir una edición de “La Vulgata”. Él mismo revisó la prueba una y otra vez hasta que quedó satisfecho. Al final insertó una bula que excomulgaba a todo aquel que hiciera alguna alteración al texto. Pero el papa tuvo que deshacerse de la edición porque salió plagada de errores».

Una compañera del trabajo me comentó que vio muchas faltas de ortografía en la información turística del nuevo directorio telefónico de BCS. Y sí, en la edición 2013 encontré varios errores y un texto sin estilo. Los de la Sección Amarilla argumentaron que la Secretaría de Turismo estatal (Secture) envió así el documento.

La Secture maneja un presupuesto importante para la promoción del estado en el país y en el extranjero. La información turística con faltas de ortografía puede dar la impresión de que somos un estado rústico y analfabeta. Pareciera un detalle sin importancia, pero no lo es, porque al ahorrar unos pesos, damos una imagen contraria a nuestra realidad.

Evidentemente se puede explicar, mas no justificar.

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lunes, 12 de agosto de 2013

Extranjerismos superfluos


Todas las lenguas del mundo incorporan palabras extrajeras a su léxico, es una práctica común que enriquece a los idiomas. Las palabras adoptadas se hispanizan y pasan a formar parte del diccionario. Sin embargo, tenemos también a “las ilegales”, esas grafías innecesarias que traspasan nuestras fronteras lingüísticas y se acomodan en el hablar cotidiano causándole un importante daño. A estas las llamamos extranjerismos superfluos.

Hay que saber que en nuestra lengua tenemos los extranjerismos o préstamos adaptados que son las palabras que sufren un proceso de acomodación a los patrones propios de nuestra lengua y que la enriquecen. Tenemos también a los extranjerismos crudos o no adaptados cuya grafía y pronunciación es más o menos similar a la lengua de origen: Facebook, rock, piercing, apartheid, por nombrar algunos. Y por último, los extranjerismos superfluos que son palabras de otras lenguas cuyo equivalente existe en español: “loser” por perdedor, “e-mail” por correo electrónico, “ombudsman” por defensor del pueblo, “ticket” por recibo, “bullying” por acoso o intimidación, “party” por fiesta, “shopping” por compras, “weeken” por fin de semana, “show” por espectáculo, “corner” por tiro de esquina, “foult” por falta, “kids” por niños.

Una parte importante del hablar cotidiano se adquiere a través de la televisión, y en menor medida por la radio y los medios de comunicación impresos y digitales, y por ahí es donde se cuelan estos extranjerismo “parásitos”. En los noticiarios, películas, novelas y programas en general es frecuente el uso de extranjerismos superfluos debido al desconocimiento del idioma, a la costumbre o por imposición comercial o cultural. Así pues, al llegar a mucha gente arraigan esas palabras a la comunidad provocando el empobrecimiento del idioma.

Las televisoras comerciales son las que promueven más a los extranjerismos. Las autoridades han relajado la supervisión en este tema y permiten su uso. No se trata de que nadie los diga, cosa difícil de lograr, pero sí evitar que se difundan masivamente por quienes se supone deberían de usar el español lo más apegado a las normas gramaticales.

Evitemos en la medida de lo posible los extranjerismos innecesarios, no dudo que ello le hará bien a nuestro idioma.

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lunes, 5 de agosto de 2013

El corrector


Para el estimado Gary, por sus consejos y observaciones

Cuando hay problemas con el auto lo llevamos al taller; si es con un electrodoméstico le hablamos al técnico, pero ¿a quién acudimos cuando tenemos problemas con la ortografía y la redacción de un texto? Pues con el corrector de estilo.

La corrección de textos es una actividad que se ha ejercido durante muchos años, incluso antes de que se inventara la imprenta. En los antiguos monasterios los monjes escribanos contaban ya con sus correctores. En la actualidad este oficio se ejerce principalmente en los periódicos, las revistas, en las grandes editoriales y, en menor medida, de forma independiente.

El estilo es la forma que cada individuo tiene de hacer las cosas, es la expresión de su carácter. Cuando hablamos de corrección de estilo nos referimos a las empresas editoras, a los diarios y a las revistas. Cada empresa posee (o debería poseer) un manual de estilo que estipule sus normas de redacción, de esta manera sus textos son uniformes y adquieren una identidad propia para sus lectores. Por ello no se puede corregir el estilo de un escritor, sino su manera de escribir. El estilo de Octavio Paz es inimitable, sin embargo, se ha comentado que durante el revisado de sus textos saltaban algunas faltas de ortografía.

El corrector de estilo y ortosintáctico tiene como objetivo dar a los textos coherencia y claridad. Se encarga de acomodar las palabras para que digan lo que el escritor quiere expresar. Para ello, no solo necesita dominar las reglas ortográficas y gramaticales, sino además poseer amplios conocimientos culturales.

El corrector está libre de la pasión que el autor le impuso a su texto, esto le permite concentrarse en la ortografía, en la sintaxis y en dar claridad al escrito. Este proceso no es tan sencillo porque se debe dar varias lecturas para hallar errores; revisar y analizar cada párrafo; quitar y poner letras, signos, palabras e incluso frases para evitar las ideas confusas. De igual forma se procura que el autor no caiga en inexactitudes o incorrecciones, como  por ejemplo en fechas históricas, nombre de lugares o personajes.

La capacitación es un factor indispensable para cualquier corrector. Estar al día de las novedades que dicta la Asociación de Academias de la Lengua Española, de los eventos sociales, culturales, políticos y científicos. También se ha vuelto indispensable el manejo de las nuevas tecnologías, con las cuales se puede hacer el trabajo en menos tiempo y más eficientemente. A través de la Red consultamos un mayor volumen de información, diccionarios en línea o páginas especializadas sobre ciertos temas.

Cualquier texto que se publique impreso –ya sea revistas, diarios, libros, tesis universitarias, o en formato digital (como páginas web)– es recomendable que tenga la mejor calidad lingüística por dos razones: la primera por imagen de quien redacta; la segunda, para promover el buen español en la comunidad.

En América y Europa existen varias empresas, asociaciones y personas dedicadas a esta actividad. Sin embargo, la figura del corrector de estilo en México es muy poco conocida, tanto así que en el Servicio de Administración Tributaria (SAT) no tienen definido qué tipo de profesión es y en la Sección Amarilla no existe un espacio adecuado para anunciarse.

Por cierto, cada 27 de octubre se celebra el Día del Corrector.

Twitter: @gerardocejag
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