Las palabras son la mínima unidad del
lenguaje con sentido, las cuales al juntarlas con otras se crean frases,
sintagmas y oraciones hasta formar un texto amplio y complejo. El valor
semántico de una palabra lo determina el contexto en el que se incorpora. Sin
embargo, más allá de la lingüística las palabras también adquieren “honorabilidad”.
Hace mucho tiempo bastaba decir “te doy mi
palabra” para confiar plenamente en que el acuerdo pactado se cumpliría, no se
necesitaba de firmas en papeles. La “palabra de honor” solo la usaban las
personas íntegras, independientemente de la condición socioeconómica, y que la
violación de ella significaba la deshonra y perder uno de los valores más
preciado del ser humano: la confianza. El honor se forja con la confianza y
honestidad, y estos dos valores se construyen con acciones y actos, no con
palabras.
La decadencia moral le ha restado fuerza a
“tienes mi palabra de honor”, porque nos hemos vuelto una sociedad de cínicos y
aprovechados. La confianza que se generaba al “empeñar la palabra” se fue
perdiendo poco a poco y hoy ya casi no tiene sentido entre la humanidad.
Los políticos son los seres humanos que más
le han restado valor a la palabra. Suelen aprovecharse de la confianza o
necesidad de las personas para prometer cosas que luego no cumplirán: “Se
aplicará todo el rigor de la ley”, “Habrá justicia para todos”, “No dejaremos
impune este caso”, “El aumento al trasporte mejorará el servicio”, “No nos
volverán a saquear”.
Cuando las acciones contradicen a lo dicho,
se pierde la confianza la cual resulta muy difícil de recuperar. La honestidad
en muchos políticos queda supeditada a los intereses de los poderosos y
prefieren agacharse para no perder sus efímeros privilegios. Muchos de ellos se
apegan a la máxima “cuánto tienes, cuánto vales”.
Bien dice la voz popular: “La política es el
arte de comer excremento sin hacer gestos”.
Twitter: @gerardocejag
http://cuestiondeestilobcs.blogspot.mx/
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