El escritor Francisco de Quevedo (1580-1645)
había apostado que podría insultar a la reina Isabel de Borbón (quien era coja)
y ella no darse cuenta. Se dice que compró dos ramos de flores, uno de claveles
blancos y otro, de rosas rojas. Fue a verla y con un ramo en cada mano le
recitó a la monarca el siguiente verso: “Entre el clavel blanco y la rosa roja,
su majestad escoja”. Este juego de palabras se conoce como calambur que el
diccionario de la Real
Academia Española lo define como: “Agrupación de las sílabas
de una o más palabras de tal manera que se altera totalmente el significado de
estas; p. ej., plátano es/plata no es”; en el caso de Quevedo el juego está en “escoja/es
coja”.
Las figuras retóricas son una licencia que
usan los literatos en sus textos ya sea para embellecerlos, por cuestión lúdica
o como Quevedo para ganar una apuesta ofendiendo a la realeza.
En el habla común no existen las “licencias”,
pero usamos el doble sentido, el albur, el símil y otros elementos de la
retórica en nuestras expresiones cotidianas y debido a su abuso muchas palabras
“normales” han pasado a ser de uso restringido (o “malas palabras”) por la
carga sexual u ofensiva que llevan: huevo, verga, pito, largo, panocha, bolas,
puñal, pinche, buey…; lo único que las defiende un poco es el contexto donde y
como se usan.
Pero existen vocablos de género femenino que
han adquirido una carga negativa influenciada por la cultura androcéntrica que
por años ha dominado la lengua. Así que tenemos palabras que cambian su
significado según el sexo:
Es un “perro”/hombre bravo.
Es una “perra”/prostituta.
Ese amigo es un “zorro”/hombre hábil y sagaz.
Esa amiga es una “zorra”/prostituta.
Un gran “aventurero”/hombre de mundo,
viajero.
Una gran “aventurera”/prostituta.
Es un cualquiera/hombre de poca importancia.
Es una cualquiera/prostituta.
Hombre de la calle/vago sin beneficio.
Mujer de la calle/prostituta.
Además de las anteriores, tenemos una palabra
que por su importancia resulta paradójico el significado que adquiere en
determinados momentos, me refiero a “madre”.
Cuando hablamos de cosas buenas, bonitas o
positivas decimos: “Está bien padre o padrísimo”; pero si algo es negativo, feo
o malo expresamos: “Valió madre”, “Estoy hasta la madre” “¿Qué madres es esto?”.
Si nos queremos vengarnos de alguien pensamos en ponerle una “madriza” y no una
“padriza”. En el estadio, en el auto o en la calle aventamos la “madre”, nunca
al “padre”. Los peseros a la hora pico siempre van “hasta la madre”. Cuando
algo se descompone se “madreó”. Si se lastima alguien entonces “se partió la
madre”. Manejar a gran velocidad es “ir en madriza” y rezamos un Padre Nuestro
para que llegue bien. En los mítines siempre se hace un “desmadre”. Está visto
pues, que madre no solo hay una.
Hay cosas que son difíciles de erradicar,
sobre todo las costumbres.
Twitter: @gerardocejag
http://cuestiondeestilobcs.blogspot.mx/
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