El punto (.) es un signo gramatical cuya
función es delimitar a los enunciados; en el lenguaje hablado equivale a una la
pausa. Su origen se remonta al siglo III a. n. e. y se usaba para delimitar
segmentos prosódicos y de ritmo. Antiguamente los textos eran leídos en voz
alta, ya que la falta de imprenta aunada a que la mayoría de la población era
analfabeta, impedía su difusión masiva. En este contexto, era necesario hacer
pausas en la lectura para que el mensaje no perdiera su sentido, por ello los
escribas utilizaban símbolos para marcarlas. Fue hasta el siglo XVIII cuando la Real Academia Española reconoce la
necesidad de crear reglas para los signos de puntuación.
Las actuales reglas para el uso del punto son
conocidas por casi todos. Sin embargo, este signo suele causar confusión cuando
va acompañada por otros. Uno de los errores más comunes es colocarlo después de
un signo de interrogación o admiración (?./!.) porque ambos ya incluyen un
punto. Tampoco es necesario ponerlo después de los tres puntos (….) ya que por
regla este último puede indicar el final de una oración. El punto y la coma no
se llevan bien una después de la otra (,.) porque causa confusión, muy
diferente es el punto y coma (;) que ese sí es otro signo gramatical. Error
también es usarlo delante de dos puntos (:.). Las siglas o acrónimos no llevan
puntos (EUA, Pemex, SHCP), pero sí las abreviaturas (págs., atte., a. J. C.,
EE. UU., q. e. p. d.).
En un texto literario, el punto puede tener
un papel más que delimitador. El escritor logra crear imágenes con su uso;
incluso algunos autores lo han omitido en su totalidad creando una vorágine al
leerlo porque no sabemos exactamente dónde detenernos. Hay un cuento de Federic
Brow llamado “Cero en geometría” en donde el uso de los puntos recrea el
tic-tac de un reloj. Le dejo el texto para que lo disfrute.
“Henry miró el reloj. Dos de la madrugada.
Cerró el libro con desesperación. Seguramente que mañana sería reprobado. Entre
más quería hundirse en geometría, menos la entendía. Dos fracasos ya, y sin
duda iba a perder un año. Sólo un milagro podría salvarlo. Se levantó, ¿un
milagro?, ¿por qué no? Siempre se había interesado en la magia. Tenía libros.
Había encontrado instrucciones sencillísimas para llamar a los demonios y
someterlos a su voluntad. Nunca había hecho la prueba. Era el momento ahora o
nunca.
Sacó del estante el mejor libro sobre magia
negra. Era fácil. Algunas fórmulas. Ponerse un abrigo en un pentágono. El
demonio llega. No puede nada contra uno, y se obtiene lo que se quiera.
Probemos.
Movió los muebles hacia la pared. Después
dibujó sobre el piso, con un gis, el pentágono protector. Pronunció las
palabras cabalísticas. El demonio era horrible de verdad, pero Henry hizo
acopio de valor y se dispuso a dictar su voluntad.
—Siempre he tenido cero en geometría —empezó.
—A quién le dices... —contestó el demonio con
burla.
Y
saltó las líneas del hexágono para devorar a Henry, que el muy idiota había
dibujado en lugar de un pentágono”.
Twitter: @gerardocejag
http://cuestiondeestilobcs.blogspot.mx/
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